miércoles, 22 de diciembre de 2010

Kiss me


Estamos tumbados en la hierba, viendo pasar las nubes con sus caprichosas formas. Ahora aparece el Sol iluminando tu cara. Cierras los ojos y sonríes. Me hablas de pequeñas cosas que yo percibo como gigantes. Me gusta escucharte, pienso mientras tu voz se mezcla con el trino de los pájaros. Los últimos rayos de la tarde son los mejores, suavemente cálidos, dorados. Me siento acolchado por tu voz y por la brisa que me acaricia. Te acercas casualmente, me alejo por temor a estar cerca de ti. Los apenas diez centímetros que nos separan hacen que perciba el calor de tu cuerpo. Te apoyas sobre tu codo izquierdo y me miras con esos ojos negros tan profundos e incisivos. Son tu arma, lo sabes, los usas, incluso creo que disfrutas viéndome aguantar estoicamente tu mirada. Tus labios y la sonrisa que de ellos se escapa son igual que tu mirada: excitante, cálidos. ¿Cómo disimular que siento ganas de apoderarme de ellos? De repente esos diez centímetros que nos separaban han dejado de existir. Estamos piel contra piel, y yo no puedo más. Por un momento me hago dueño de la situación en este duelo de miradas y gestos. Me incorporo justo para colocar mis labios a un palmo de los tuyos, te miro directamente a los ojos y tú no rehúyes mi mirada. Te sonrío, me sonríes. Quieres seguir hablando, pero te lo impido apoyando mi dedo sobre tus labios. “No hables, sólo bésame”.

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